A continuación transcribo una de las muchas anécdotas recopiladas en el libro Absuelto por la Historia - edición extraordinaria (click para descargar en formato PDF) del periodista Luis Báez. Este testimonio conmovedor sirve para entender el humanismo de la personalidad del revolucionario y estadista Fidel Castro y, en el fragmento que he resaltado en negrita, el motivo de la solidaridad internacionalista de la Revolución Cubana.


Anécdota contada por Andrés Allamand, político chileno del Partido Renovación Nacional, en la Revista de El Mercurio, 11 de julio de 2006.

En 1990, nuestro hijo Juan Andrés sufrió un grave accidente que lo dejó con importantes secuelas neurológicas. A los pocos meses, recibimos a través de amigos comunes, y en medio de la incredulidad, una invitación para trabajar en su recuperación en La Habana. Quien la formulaba era el propio Fidel Castro.

Desde el primer día, Fidel se ocupó personalmente de la recuperación de Juan Andrés. No se le escapaba detalle. Durante años, se mantuvo al tanto de los altos y bajos de un esfuerzo que no admite tregua y era capaz, ante el asombro de todos nosotros, de participar, como un médico más, en las juntas y reuniones en que se ajustaban los tratamientos, los medicamentos y las terapias. Muchas veces llamaba a Bárbara –mi esposa, de la que hoy estoy separado– para preguntarle si había algo más que él pudiera hacer con el niño. Y durante aquellas semanas en que Juan Andrés permanecía en La Habana con sus enfermeras, él multiplicaba sus visitas. Como todas, sin aviso. A veces, se quedaba con Juan Andrés más tiempo que el que su agenda le permitía, ante el desconcierto de la comitiva que lo acompañaba a sol y sombra.

Una vez, uno de esos miembros me confesó a qué se debía tal conducta: «El comandante le habla a Juan Andrés. Y tiene la esperanza de que algún día él le conteste». Fidel es un hombre que cuando abraza causas nunca las abandona.

La vida tiene pasajes impensables y paradojas misteriosas. Ninguna vuelta del destino habría permitido imaginar que una familia chilena –separada por un abismo ideológico– iba a gestar tal lazo humano con un líder político que en Chile genera dos sentimientos: admiración y odio. Lo gravitante es que, camuflados detrás de los personajes históricos, siempre hay hombres de carne y hueso.

Cuando Juan Andrés falleció, resolvimos a instancias de Bárbara, ir a dejar las cenizas en el mar de Cuba. Lo hicimos por dos razones: porque allí nuestro hijo era feliz, caminaba en el agua, se reía sin parar, se quedaba horas jugando en la arena cálida. Vivía una vida que le era esquiva. Era un niño más: sin sufrimientos, sin diferencias. Y porque era nuestra forma de agradecer a Fidel y a nuestros amigos cubanos todo lo que habían hecho por nuestra familia.

En esa última oportunidad no vimos a Fidel. Pero nos mandó un mensaje que transmitía una pena que él quizá no quería admitir: «Dígale a Bárbara y a Andrés que nosotros somos los que tenemos que agradecer. Es un honor que Juan Andrés se quede aquí para siempre».

De la misma manera que señala el texto resaltado, la Revolución Cubana le habló y habla al mundo porque tiene la esperanza de que algún día ésta conteste y se sacuda el yugo de la opresión que tanto sufrimiento causa.


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