Por Vladimir Isachenkov.

Mientras Estados Unidos dejaba caer sus bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945, 1,6 millones de soldados soviéticos lanzaron un sorpresivo ataque sobre el ejército japonés en el este asiático. A los pocos días, el ejército de un millón de hombres del emperador Hiroito se había desmoronado.

Fue un momento clave de la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico, pero que casi no es mencionado en los libros de historia, que destacan las dos bombas atómicas lanzadas en un lapso de una semana hace 65 años. En tiempos recientes, no obstante, algunos historiadores comenzaron a decir que las acciones soviéticas incidieron tanto -si no más- que las bombas atómicas en el desenlace de la guerra.

Un nuevo libro de un profesor de historia de la Universidad de California-Santa Bárbara busca impulsar esa teoría y sostiene que el temor de una invasión soviética persuadió a los japoneses de rendirse ante los estadounidenses, convencidos de que los tratarían con más generosidad que los soviéticos.

Las fuerzas japonesas en el nordeste de Asia se enfrentaron con los rusos en 1939, cuando trataron de invadir Mongolia. Fueron aniquiladas en la batalla de Jalkin Gol, lo que indujo a Tokio a firmar un pacto de neutralidad que mantendría a los rusos alejados de la guerra del Pacífico.

Japón pudo enfocarse así en combatir a Estados Unidos, Gran Bretaña y Holanda, y en el ataque a Pearl Harbor del 7 de diciembre de 1941.

Luego de la rendición alemana el 8 de mayo de 1945, y tras una serie de derrotas en las Filipinas, Okinawa y Iwo Jima, Japón quiso que Moscú mediase y ayudase a poner fin a la guerra.

El líder soviético José Stalin, sin embargo, ya le había prometido en secreto a Washington y a Londres que atacaría a Japón en los tres meses siguientes a la derrota de Alemania. Ignorando a Tokio, movilizó más de un millón de soldados a lo largo de la frontera con Manchuria.

La Operación Tormenta de Agosto fue lanzada el 9 de agosto de 1945, casi al mismo tiempo que la bomba sobre Nagasaki, y en dos semanas de lucha murieron 84.000 japoneses y 12.000 soviéticos. Los soviéticos llegaron a apenas 50 kilómetros (30 millas) de la principal isla japonesa del norte, Hokkaido.

"El ingreso de los soviéticos en la guerra empujó a los japoneses a rendirse mucho más que las bombas atómicas porque acabó con cualquier esperanza que pudiesen tener de poner fin a la guerra con la mediación de Moscú", expresó Tsuyoshi Hasegawa, autor del libro "Racing the Enemy" (Corriendo con el enemigo), que analiza el fin de la guerra y contiene documentos recientemente desclasificados en Rusia, Estados Unidos y Japón.

Los japoneses "aceleraron el fin de la guerra en la esperanza de que los estadounidenses fuesen más generosos que los soviéticos" con el vencido, expresó Hasegawa, quien es estadounidense, en una entrevista.

A pesar de la cantidad de muertos por las bombas atómicas --140.000 en Hiroshima y 80.000 en Nagasaki--los japoneses pensaban que podrían resistir una invasión aliada si conservaban el control de Manchuria y Corea, que les aportaban recursos para la guerra, según Hasegawa y Terry Charman, historiador del Museo Imperial de la Guerra de Londres, especialista en la Segunda Guerra Mundial.

"El ataque soviético cambió todo eso", dijo Charman. "En Tokio se dieron cuenta de que no había esperanzas. En ese sentido, Tormenta de Agosto tuvo un impacto más grande que las bombas atómicas en la decisión de Japón de rendirse".

En Estados Unidos sigue manejándose el criterio de que las bombas fueron un último recurso, ante un enemigo decidido a pelear hasta la muerte. El presidente estadounidense Harry S. Truman y sus asesores militares, por otra parte, estimaron que una invasión hubiese costado miles de vidas a los estadounidenses.
El impacto de los fulminantes avances soviéticos se refleja en las palabras del primer ministro japonés durante la guerra, Kantaro Suzuki, instando a su gabinete a rendirse.

Según el libro de Hasegawa, Suzuki dijo: "Si dejamos pasar esta oportunidad, la Unión Soviética se apoderará no solo de Manchuria, Corea y Sajalín (isla en el extremo oriental de Asia), sino también de Hokkaido. Debemos poner fin a la guerra mientras podamos negociar con Estados Unidos".

Dominic Lieven, profesor de la London School of Economics, dice que el sentimiento antisoviético de Occidente hizo que se restase importancia a los logros militares soviéticos. Además, "muy pocos anglo-americanos vieron la ofensiva soviética en el Lejano Oriente con sus propios ojos y los archivos soviéticos no estuvieron abiertos a los historiadores occidentales posteriormente".

Lo que más sorprende es que en la misma Rusia no se habló mucho de la campaña militar. Si bien se trató de una victoria de una importancia incomparable, las 12.000 muertes sufridas en esa campaña palidecen comparado con los 27 millones de muertos en la guerra con Alemania.

"La importancia de la operación fue enorme", expresó el general retirado Makhmut Gareyev, presidente de la Academia Rusa de Ciencias Militares. "Al entrar en la guerra contra Japón... la Unión Soviética precipitó el fin de la Segunda Guerra Mundial”.


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